Por: Nicolás Pérez
El turismo es el nuevo petróleo. Esa es una consigna que llevamos varios años oyendo y que ilusiona a buena parte de las regiones del País, pero que difícilmente se conseguirá en el corto plazo gracias a las medidas que adoptó el Gobierno. Lejos de promover la demanda interna y facilitarles la vida a las familias, esta administración hace todo lo posible para detener el crecimiento del sector. Una decisión que sinceramente no se entiende.
Digo esto por una razón muy clara. Durante el cuatrienio anterior, y tras los efectos devastadores que tuvo la pandemia para el turismo, entre el Gobierno Duque y el Congreso tomamos la decisión de disminuir el IVA de los tiquetes aéreos locales del 19% al 5% con el propósito de incentivar la reactivación del sector.
Algo que finalmente sucedió y que facilitó que miles de familias se trasladaran por todo el territorio nacional. Por ejemplo, de enero a octubre de este año 27.3 millones de personas se desplazaron en vuelos domésticos, lo cual representa un crecimiento del 23% con relación al 2019, donde en el mismo periodo esa cifra se ubicó en 22.3 millones.
Una dinámica donde todos ganan. Las aerolíneas mejoran sus ingresos, los consumidores tienen acceso a precios más accesibles y en los lugares de destino de los viajeros se incrementa el gasto en hoteles, transporte, entretenimiento, alimentación, etc.
Sin embargo, de manera desafortunada el Gobierno Petro, en el afán de recaudar $20 billones anuales a como diera lugar, tomó la decisión de no extender este incentivo en la reforma tributaria, a pesar que fue un pedido de varios sectores.
Esto significa que, de base, el valor de los tiquetes tendrá un incremento del 14% desde el 1 de enero de 2023, a lo cual hay que sumar la inflación, que por ahora se ubica en 12.5%, y lo que vaya aumentando el precio de los combustibles por la variación en el precio internacional del petróleo y el dólar.
Por eso el Ministro de Transporte, sin sonrojarse, anunció que volar en Colombia el próximo año será entre un 30% y 40% más costoso. Una realidad que ameritaría una aireada reacción de los partidos y los consumidores y que crea un escenario desolador que golpeará al sector turismo y caerá como un baldado de agua fría para los hogares.
En especial, porque la aviación no puede convertirse en un medio de transporte reservado para los más pudientes. Las familias no tienen por qué estar condenadas a gastarse 18 horas por tierra en trayectos que toman una hora por aire ni a sacrificar buena parte de sus ingresos para costear un tiquete de avión.
La inclusión y la igualdad, de la que tanto habla el Gobierno, deben comenzar por disminuir el costo de vida de los consumidores. De nada sirven los discursos si al final del día la brecha entre ricos y pobres se profundiza por una pérdida de capacidad adquisitiva y un encarecimiento de los bienes y servicios.
Además, esa variación en los precios tan marcada puede terminar derivando en que para los colombianos sea más rentable viajar al exterior que a distintos puntos de su propio País, ya que al no haber una diferencia de costos tan significativa muchos destinos de la región, e inclusive de Estados Unidos, se vuelven más atractivos.
En últimas, si el Gobierno pretende sustituir a mediano plazo los ingresos petroleros por las rentas del turismo, está haciendo todo al revés. No solo porque la estimación de 12 millones de turistas extranjeros anuales implica casi que triplicar las cifras actuales, algo que probablemente tardará de una a dos décadas en darse, sino por la caída que tendrá el turismo doméstico como consecuencia de las medidas insensatas que promueve la administración y que dejarán a miles de hogares sin la posibilidad de conocer las maravillas de nuestro País.