Por: Nicolás Pérez
El optimismo económico en Colombia se derrumbó en el 2022. De acuerdo a la medición hecha por el Edelman Trust Barometer el País perdió 10 puntos en este campo. Una caída significativa que denota la profunda preocupación que existe en torno a lo que nos espera. En esta ocasión, en contraste con años anteriores, el futuro no se ve tan prometedor.
No quiero que estas palabras se confundan con un tono pesimista o alarmista de base. Siempre he preferido ver el vaso medio lleno que medio vacío y confiar en las inmensas capacidades que tenemos como sociedad.
Sin embargo, lo que estamos viviendo no es nada positivo. Económicamente el País está inmerso en un coctel hecho con ingredientes que solo resultan en una menor capacidad adquisitiva de los hogares. Tenemos la inflación más alta del siglo, el precio de la gasolina aumentó mil pesos en menos de seis meses, los tiquetes aéreos serán entre un 30% y 40% más costosos, las tasas de interés golpean directamente la capacidad de consumo de las familias y la actual tasa de usura convierte a las tarjetas de crédito en un suicidio financiero.
Y por si esto no fuese suficiente, los contantes anuncios erráticos del Gobierno en torno a no suscribir nuevos contratos de exploración de hidrocarburos y suspender el pago de la deuda por realizar acciones ambientales envían un pésimo mensaje a los inversionistas que prefieren refugiarse en el dólar antes que poner su capital en proyectos más riesgosos. Por eso la moneda americana no ha bajado de los $4.000 desde que Petro ganó la segunda vuelta.
Sumado a esto, el paquete de reformas que anunció el Gobierno incrementa considerablemente la incertidumbre de las personas frente a lo que vamos a vivir en el País. En materia de salud, si las EPS desaparecen y las Secretarías de Salud de las entidades territoriales asumen la labor de aseguramiento reviviríamos lo peor del Seguro Social en una escala mucho más grave. Perderíamos 30 años de avances en un sistema que logró la cobertura universal y la salud se convertiría en un negocio más para los políticos.
En materia pensional, el desmedido afán de la Casa de Nariño de apropiarse de los casi $400 billones que se encuentran en los fondos privados puede terminar dejando sin jubilación a toda la población. Pasar esos recursos al Estado para que a través de Colpensiones se cubran las pensiones no derivaría en otra cosa distinta a un excesivo flujo de caja a corto plazo que se terminaría utilizando para financiar gasto público ordinario, mientras a largo plazo no habría dinero suficiente para pagar las mesadas, tal como sucedió en Argentina. Pan y circo para hoy y hambre para mañana, con la diferencia que en esta ocasión lo que está en juego es el ahorro de años de trabajo de 18 millones de empleados.
En materia laboral, el golpe para el sector productivo puede disparar el desempleo. Si el Gobierno insiste en modificar la jornada laboral para que el recargo nocturno inicie desde las 6pm y se modifican o prohíben los contratos de prestación de servicios las empresas tendrán que prescindir de buena parte de su planta de personal para asumir estos nuevos costos de producción. No por un tema de oposición al ejecutivo, sino por simples matemáticas. Si adicional a la reforma tributaria se disparan los costos laborales, la única forma de mantener rentable la operación es sacrificando el gasto de personal.
Dicho esto, lo único que nos queda preguntarnos es qué se puede hacer. Y la verdad la respuesta recae principalmente en dos actores. Por un lado, el Gobierno tiene que dejar de improvisar y organizarse internamente. No puede ser que cada semana haya mensajes cruzados entre los Ministros y no exista una línea clara de trabajo. En la política la comunicación es vital. No entender esto puede implicar una fuga de capitales e inversionistas que prefieran poner sus recursos en un País donde haya claridad frente a lo que va a pasar.
Por otro lado, ahora más que nunca el futuro de los colombianos está en manos del Congreso. Es allí donde se define si se aprueban o no los cambios en materia laboral, de salud y pensiones. Y aunque parezca increíble, la única esperanza que tenemos los colombianos para no sufrir un descalabro en estos temas es que los parlamentarios prioricen su conciencia sobre las tentaciones de la coyuntura y sepan decir NO a las modificaciones estructurales que traen más problemas que soluciones.