Por: Nicolás Pérez
La Presidencia del Senado quedó en manos de Iván Name. Lo que para algunos fue una sorpresa, para otros fue una movida astuta que dio frutos. El Gobierno salió derrotado y ahora se verá un panorama totalmente distinto en esa corporación. Las circunstancias políticas cambiaron y quizás, después de mucho tiempo, la independencia reine los pasillos del Capitolio.
Es normal que durante el primer año del cuatrienio el Presidente tenga un buen nivel de control en el Congreso. Por eso, las Presidencias de Cámara y Senado quedan en manos del partido del mandatario. Eso le permite manejar la agenda legislativa, limitar los debates de control político y priorizar las reformas que presenten los Ministros. Es el escenario soñado para cualquier dirigente.
Sin embargo, la dinámica cambia a partir del segundo año. Por un lado, las elecciones territoriales de octubre frenan el ritmo de las sesiones y recomponen la agenda de las bancadas. Por ejemplo, si los partidos tradicionales triunfan en las regiones, tendrán un mayor margen de maniobra para apartarse del Gobierno. De lo contrario, dependerán casi que totalmente de la buena relación con los Ministros para sostener las estructuras locales.
Por otro lado, la caída en la imagen favorable del Presidente, los escándalos y el desgaste natural que genera el poder se empieza a sentir. Defender a capa y espada al ejecutivo deja de ser rentable electoralmente e inicia de a poco la siguiente campaña presidencial.
Estos factores hacen que en la agenda legislativa se cambie el pupitrazo por la deliberación, el afán por la paciencia y la votación de proyectos por los debates de control político. Ya no se hace lo que el Gobierno quiere, sino lo que el Congreso considera necesario y procedente.
En este contexto, el Presidente del Senado juega un rol vital. Es quien controla los tiempos, organiza la agenda y maneja el debate. No en vano el plan A de la Casa de Nariño para esa dignidad era el Senador Inti Asprilla, del corazón del Presidente. No obstante, ni ese ni el plan B, la Senadora Angéliza Lozano, triunfó y la tercería de Iván Name tuvo el respaldo mayoritario de los partidos tradicionales y la oposición, lo cual puede ser lo mejor para el País en estos momentos.
En efecto, Name es un político con una larga trayectoria que siempre ha demandado, en todos los escenarios, la independencia del Congreso. No para oponerse al Gobierno por intereses electorales ni para convertirse en notario del ejecutivo a cambio de beneficios burocráticos, sino para que el legislativo actúe como una Rama autónoma donde haya una verdadera deliberación.
Y ese es su principal reto este año. Ser coherente con sus posturas y garantizar que el Senado ejerza un efectivo contrapeso en un sistema hiper-presidencialista como el nuestro. Nada más por mencionar un caso, es inadmisible que en el Congreso la discusión quede reducida a intervenciones express de tres minutos y sin posibilidad de debatir en extenso la conveniencia de los grandes proyectos.
La reforma pensional, a la salud, laboral, a la educación y todas las modificaciones a la Constitución exigen un debate a fondo y no una pupitreada vergonzosa que solo le conviene a los Ministros. Detrás de cada curul hay miles de colombianos que esperan ser representados y en manos del Presidente del Senado está la responsabilidad de garantizar que tal dinámica se cumpla.
Adicionalmente, es vital que retornen los grandes debates nacionales. Es la hora en que el Senado no ha discutido las presuntas chuzadas a periodistas y civiles, la posible financiación ilegal de la campaña presidencial o las extralimitaciones de funciones de los altos funcionarios. El primer semestre de este año el control político brilló por su ausencia y eso no es sano para las instituciones.
Si Name logra garantizar la independencia del Senado, su Presidencia habrá valido la pena. Sus palabras del pasado condicionarán sus decisiones a futuro y serán el racero con el cual será juzgada su gestión.
Por el bien de Colombia, el mejor de los éxitos.