Por: Nicolás Pérez
La inestabilidad en el gabinete del Presidente denota las profundas dificultades por las que atraviesa el Gobierno. La imposibilidad de lograr acuerdos programáticos y la radicalización de la agenda legislativa marcan la pauta de una administración que se niega a ceder y a construir acuerdos con los sectores moderados que le permitieron llegar al poder.
Digo esto porque detrás de la designación de los Ministrosdebería haber una representación política, tal como ocurre en los modelos parlamentarios, donde los mandatarios, para conformar el Gobierno, llegan a acuerdos programáticos con los partidos.
Sin embargo, las decisiones del Presidente van encaminadas a todo lo contrario. El gabinete moderado y de centro con que inició su mandato, que dio tranquilidad al País y con el cual se pensaba que iba a haber una administración tranquila,rápidamente se esfumó y se transformó en un grupo de aduladores. No se escuchan voces diferentes que maticen la agenda e incorporen las preocupaciones de otros sectores.
En menos de un año han salido 11 Ministros y se avizora un nuevo remezón en las próximas semanas. Para poner esta cifra en contexto, durante el primer año del Presidente Uribe tan solo salieron dos funcionarios, uno de ellos por haber fallecido. En el mismo periodo del Gobierno Santos no cambió ningún alto cargo y en la Administración Duque solo renunció una Ministra.
Esta inestabilidad, que ya se había visto en la Alcaldía de Bogotá, no beneficia a nadie. Los sectores no tienen claro con quién tener una interlocución constante, al mercado le toca tirar los dados al aire para sortear las decisiones con que llegan los nuevos funcionarios y el Congreso aprovecha la situación para comerse vivo a los Ministros inexpertos.
Además, lo sucedido con la Presidencia del Senado denota que la estrategia de la Casa de Nariño no está funcionando. El Gobierno pretende que el legislativo funja de notario y le apruebe sus reformas sociales sin modificaciones ni debate. Y las cosas no funcionan así. La pérdida de varias mesas directivas, dentro de las cuales puede seguir la Comisión Primera del Senado el próximo martes, es un mensaje de independencia que el ejecutivo no ha sabido leer.
De hecho, en un hecho sin precedentes las Comisiones Terceras de Cámara y Senado, dos de las cuatro económicas, quedaron en manos de Cambio Radical y el Partido Conservador, dos fuerzas de independencia y oposición que supervisarán la baja ejecución presupuestal de varias carteras y que pondrán contra la pared a más de un Ministro. El Gobierno perdió el manejo del dinero y seguramente deberá afrontar debates de control político que brillaron por su ausencia durante el primer año.
Adicional a lo anterior, más allá de las movidas partidistas, el hecho de no tener Ministros en propiedad dificulta considerablemente el diseño y la implementación de políticas públicas a largo plazo. Si bien las carteras deben tener un respaldo político, no es menos cierto que los funcionarios que lleguen al cargo tienen que tener conocimiento y experiencia en el sector. Y eso es algo que el Presidente no ha querido entender.
Al Ministerio de Minas no deben llegar filósofos ni teólogos, sino ingenieros y geólogos. Los altos cargos requieren experiencia y no hay nada peor que llegar a improvisar con decisiones que impactan a todo un País.
Ojalá el Presidente entienda que debe moderarse, dejar a un lado la agenda radical y nombrar funcionarios que sepan decirle que no. Los aduladores inflan el ego y reconfortan la ambición, pero no sirven para hacer un bueno Gobierno. La representación política no se limita a entregar puestos, sino a incorporar en la agenda legislativa y normativa de la administración las preocupaciones programáticas de todos los sectores.