Si algo generó en mí la controversia suscitada por la Presidencia del Concejo de Medellín, además de algunos sentimientos particulares que abordaré más adelante, fue una profunda reflexión sobre la importancia de construir en el País un verdadero modelo de partidos. Algo que hemos intentado edificar durante muchos años, pero que aún presenta serias dificultades.
Como tal, si analizamos el trasfondo funcional de los partidos políticos, la idea es que estos ejerzan como una especie de puente entre la ciudadanía y el Estado a través del cual se canalizan las demandas sociales y se defiende un modelo de gobierno en los comicios electorales.
Tal es su relevancia que, por ejemplo, en los sistemas parlamentarios europeos la conformación del Gobierno depende de los acuerdos programáticos a los que logren llegar los partidos que tienen asiento en el Parlamento. De ahí que las colectividades obtengan representación en el gabinete como una forma de implementar las políticas públicas que propusieron en campaña y obtuvieron el respaldo del electorado.
A su vez, por mencionar otro caso, la estructura bipartidista en Estados Unidos garantiza que el modelo de frenos y contrapesos funcione, dado que si alguna de las dos cámaras del Congreso está controlada por el partido de oposición el margen de maniobra del Gobierno se ve limitado a tal punto que deberá incluir dentro de su agenda parte de las exigencias de dicha colectividad, so pena de exponerse a un bloqueo legislativo.
Claramente, para que esta dinámica sea exitosa se necesita que los partidos no sean meras fábricas de avales, sino que tengan un fundamento ideológico claro que les permita exponer un discurso coherente que se gane el respeto del electorado y supere las tentaciones que emergen en el poder.
En últimas, esa coherencia termina siendo el arma de batalla más eficaz para perdurar en el tiempo. De lo contrario, el éxito en el corto plazo, sostenido por las mieles de una burocracia sin ningún tipo de afiliación dogmática, se transforma en el descrédito y la deslegitimación a largo plazo. Algo que hemos visto ocurrir más de una vez en nuestro País.
De hecho, se convirtió en algo tan normal esa situación que parte del rechazo que sienten las personas frente a la política se centra en que los principios pasan a un segundo plano. El que hoy está con la derecha mañana se va al centro y pasado mañana a la izquierda. La conveniencia supera los principios y con el transcurrir de los años se asumen posiciones completamente contrarias sin ningún pudor.
Por eso, parte del éxito electoral que ha tenido el Centro Democrático en sus ocho años de existencia recae en que realmente ha logrado comportarse como una bancada donde la disciplina de partido, las votaciones en bloque y la defensa irrestricta de un modelo de gobierno han sido características que no se han negociado. Algo que todos los sectores políticos, sin importar si comparten o no las posturas del uribismo, reconocen.
Ahora bien, esta coherencia no quiere decir que dentro de las colectividades no se presenten diferentes posturas entre sus miembros. Por supuesto que sí. Al fin y al cabo, las bancadas no pueden caer en unanimismos absolutos, dado que eso también impide que nuevos sectores se sumen a un proyecto político.
Sin embargo, el escenario para plantear dichas diferencias son las reuniones internas del partido, donde se analiza la conveniencia política de asumir una u otra postura para finalmente, después de adelantar el debate democrático, apropiarse de una posición única que deben respetar en todo momento, salvo una excepción muy puntual: que algún Congresista, Concejal o Diputado objete conciencia y argumente que por fuertes convicciones internas le es imposible respaldar la decisión mayoritaria.
Desafortunadamente, eso no fue lo que sucedió con la elección de la Mesa Directiva del Concejo de Medellín. Después de varias horas de discusión la posición asumida por la mayoría, el Presidente Uribe y el Partido era apoyar unánimemente la candidatura de Simón Molina. Algo que hubiera permitido garantizar la independencia de la corporación en estos difíciles momentos por los que atraviesa la ciudad.
Por ello, lo sucedido con la Concejal Lina García me causó tanta tristeza. Antes de la reunión de bancada hablé con ella y le comuniqué que nuestra posición como equipo era respaldar la aspiración de Molina en concordancia con el lineamiento del CD. Era un momento crítico donde la disciplina de partido debía primar sobre cualquier otro aspecto.
Debido a lo anterior, uno de los grandes retos que todavía tenemos como Centro Democrático es consolidar en el ámbito local ese orden que tenemos las bancadas de Cámara y Senado en las votaciones. Un aspecto clave para que el éxito nacional se traduzca también en un impacto positivo regional.