Por: Nicolás Pérez
Senador de la República
Por el bien de Colombia, Petro se equivocó gravemente al designar a Francia Márquez como fórmula Vicepresidencial. Su candidatura se terminó radicalizando aún más hacia la izquierda, se alejó del centro y dejó claro que no le interesa respetar la propiedad privada ni la estabilidad institucional y económica del País.
Como tal, la Vicepresidencia es una figura cuya utilidad es bastante cuestionada. Su función es reemplazar al Presidente en el evento que este fallezca o renuncie, no tiene otras competencias fijas y depende de cada mandatario asignarle unas tareas que lo convierten en un cargo muy activo o casi inexistente.
De hecho, en el pasado hemos presenciado ambos escenarios: Vicepresidentes que han tenido a su mando el control de varios Ministerios y que prácticamente forjan un Gobierno paralelo y funcionarios que se limitan a hacer comentarios esporádicos en medios de comunicación y pasan desapercibidos en la agenda nacional.
¿Qué tan bueno es seguir manteniendo este cargo?
Desde un punto de vista presupuestal su eliminación no es descabellada. Su mantenimiento es bastante costoso para la Nación y sus funciones pueden ser asumidas por los Ministros sin ningún problema. En casi 30 años de existencia de esta figura en Colombia ningún Presidente ha fallecido o renunciado y, de darse ese escenario, el mando presidencial puede quedar a cargo del Ministro del Interior sin mayor inconveniente.
Sin embargo, desde la perspectiva política el panorama es diferente. Puede que la Vicepresidencia termine o no siendo relevante dentro del Gobierno, pero lo que sí indiscutible es que es una ficha clave para ganar las elecciones, dado que permite agrupar sectores que, inicialmente, no se identifican plenamente con el candidato a Presidente.
Es, por decirlo así, un comodín que posibilita la construcción de alianzas y que puede darle un toque moderado a un candidato radical o un perfil firme a un aspirante débil. Elegirlo es una de las tareas más difíciles para aquellos que quieren llegar al solio de Bolívar, sobre todo porque las acciones, los comentarios y las posturas que asuma esta persona pueden potenciar o hundir la candidatura.
Y en mi perspectiva, por el bien de Colombia, Petro se equivocó gravemente en este aspecto. Aquí les cuento por qué:
En primer lugar, si algo quedó demostrado después de las consultas del 13 de marzo es que ningún candidato tiene los votos suficientes para llegar solo a la Casa de Nariño. Quien pretenda hacerlo deberá conquistar al electorado que acompañó la coalición de la Centro Esperanza, para lo cual tendrá que asumir un discurso moderado y alejado de los extremos.
En segundo lugar, tanto Petro como Fico, quienes lideraron las votaciones ese día, debían usar la Vicepresidencia para atraer a ese votante de centro. No necesariamente por la vinculación a un partido en específico, sino por un perfil que los complementara y matizara sus posturas.
Por ejemplo, si Petro hubiera elegido a un empresario que compartiera su visión, a un ejecutivo del sector privado o a un político con experiencia en el Gobierno, sería demasiado difícil derrotarlo. El mensaje que habría mandado es que él respeta la propiedad privada, no se va a atornillar en el poder y no va a poner en riesgo la estabilidad institucional y económica del País, para lo cual esa persona fungiría como garante.
Sin embargo, al elegir a Francia hizo todo lo contrario. No solamente porque su electorado es el mismo, sino en razón a que su candidatura se terminó radicalizando aún más hacia la izquierda. Su discurso subió el tono de las agresiones y quedó más que claro que su postura está completamente alejada del centro.
Fue algo así como si un candidato de derecha hubiera designado como fórmula a alguien de derecha extrema. Un error del cual él era consciente. Por algo se demoró tantas semanas en cumplir el compromiso de designar como Vicepresidente a quien lograra la segunda votación de la consulta.
No obstante, si después de darle tantas largas al asunto su decisión fue quedarse con Francia, es porque las verdaderas intenciones de su aspiración son sumamente radicales. La emoción de la coyuntura le ganó a los cálculos políticos y Colombia ahora sabe, sin lugar a dudas, que los riesgos económicos e institucionales que asumiría con un Gobierno del Pacto Histórico son reales.