Por: Nicolás Pérez
Además de lo radical del articulado, de las cosas más preocupantes de la reforma a la salud es la terquedad que ha demostrado la Ministra Corcho. Así como no tuvo en cuenta ninguna de las observaciones que le plantearon varios de sus colegas al interior del gabinete, incluidas las provenientes de quien estuvo al mando de esa cartera durante seis años, tampoco ha cedido ante los líderes de los partidos. Es una funcionaria que no permite el consenso y que pareciera no entender la responsabilidad que tiene en sus manos.
Porque claro, una cosa es la combatividad política que se puede ejercer desde el Congreso, los medios de comunicación o las organizaciones civiles, pero otra muy distinta es la posición que debe asumir un Ministro de Estado, un cargo donde el apasionamiento debe ceder ante la ecuanimidad, el pragmatismo debe primar sobre la efervescencia ideológica y la disposición para llegar a acuerdos tiene que ser el común denominador de todos los días.
Características que claramente no tiene la psiquiatra Corcho y que han puesto en coma a la reforma, la cual, vale señalar, debería ser el producto del mayor consenso posible entre todos los sectores y no una imposición de una mayoría coyuntural en el Congreso. Algo que tampoco pareciera entender la Ministra.
De hecho, el afán con que un grupo de ponentes, impulsados por el Gobierno, radicaron la ponencia de primer debate con exagerada premura el pasado viernes por la tarde, ad portas de la semana santa, genera un sin sabor frente al texto propuesto, el cual no tuvo en cuenta las líneas rojas que con todo sentido plantearon los partidos y que están siendo desconocidas por los parlamentarios “disidentes” dentro de cada colectividad.
Y no es que el sistema de salud no deba tener correcciones. Por ejemplo, es necesario examinar la conveniencia de mantener la integración vertical, una figura que le permita a las EPS prestar hasta el 30% de sus servicios a través de clínicas propias, pero que representa una distorsión al mercado, dado que se elimina buena parte de la competencia entre las IPS y, en algunos casos, se presta para abusos en materia de precios tanto con los proveedores como con el personal.
Así mismo, hay que fortalecer el sistema de auditorías para que exista un mayor control frente a los servicios prestados y acabar así con la práctica de cancelar millonarias cirugías estéticas en efectivo mientras el valor reportado a la DIAN es inmensamente menor, algo que, de paso, termina teniendo implicaciones en materia de recaudo.
De igual manera, hay que acabar con la mafia de las especializaciones médicas y abrir los cupos para que más profesionales puedan acceder a ellas, al igual que es necesario poner un piso y un techo de precios para impedir que el valor de los exámenes cambie sin mayor justificación dependiendo de la clínica de turno.
Ahora bien, algo particular que ha ocurrido con esta reforma es que la mayoría de los partidos han sido propositivos y han radicado sus propias propuestas de articulado. Las preocupaciones con el texto del Gobierno no se han limitado a una crítica dañina sin alternativas, sino que tanto la oposición como las bancadas independientes le han mostrado al País otras opciones para mejorar el sistema sin tirar al piso 30 años de avances en matera de cobertura, calidad y acceso.
En este sentido, contrario a lo que ocurrió con la ponencia radicada, el texto que discuta el Congreso debería ser el resultado de unificar los principales aspectos de los cinco proyectos que están bajo discusión. Todos los partidos tienen aportes importantes que rescatan la percepción y las preocupaciones de diferentes sectores que no deberían ser desconocidos por el ejecutivo.
Sin embargo, va a ser casi imposible lograr ese consenso, que tanto necesita el País, si la Ministra no baja las armas, deja a un lado su activismo y se sienta a construir acuerdos de verdad con los partidos. Acá no se puede volver a repetir lo que ocurrió con la reunión entre el Presidente, la Ministra y las EPS, donde durante varias horas les informaron que no se iban a tocar estas empresas, pero al día siguiente el Gobierno radicó un texto que las dejó sin funciones y las elimina de facto.
Hasta que no exista esa disposición real de diálogo, difícilmente la reforma tenga algún futuro. La Ministra debe dejar a un lado esa terquedad que le ha generado un desgaste inmenso al Gobierno, bajar la cabeza y entender que sin el apoyo de los partidos tradicionales su proyecto se va a hundir en el Capitolio.