Por: Nicolás Pérez V.
No soy abogado. Pero sé leer. Y entiendo algo que en Colombia parece olvidarse: que una persona solo puede ser condenada con pruebas, no con odios. Que el derecho penal es la última frontera de una democracia sana. Y que a Álvaro Uribe Vélez lo están juzgando no por lo que hizo, sino por lo que representa.
Este no es un análisis técnico. Es un grito desde el sentido común. Desde el derecho básico que tenemos todos los ciudadanos a que no nos destruyan la vida sin pruebas. Después de seguir este caso por años, con atención y con angustia, es evidente: a Uribe lo quieren condenar sin pruebas y con argumentos construidos desde la narrativa del enemigo político.
¿Dónde están las pruebas?
Seamos claros: en este proceso no existe una sola prueba directa que demuestre que Álvaro Uribe ordenó sobornar testigos. No hay correos. No hay chats. No hay instrucciones, hay pruebas alteradas. Lo que hay son testimonios de exparamilitares con intereses turbios, contradicciones, fechas que no cuadran y versiones que cambian según quién las pregunte.
Y sin embargo, aquí estamos. Con un país entero esperando un fallo que podría marcar un antes y un después en nuestra historia judicial. ¿Cómo llegamos hasta aquí? Muy fácil: porque el juicio no es solo jurídico. Es político. Es ideológico. Es emocional.
El pecado de ser Álvaro Uribe.
A Uribe no lo perdonan por haber derrotado a las FARC. No lo perdonan por haberle devuelto al país la autoridad perdida. No lo perdonan por haber defendido la libertad económica y su desarrollo. Uribe representa para muchos sectores lo que más odian: un liderazgo fuerte, sin complejos, y profundamente conectado con la Colombia real.
Y ese odio ha infectado cada etapa de este proceso.
Violaciones al debido proceso que gritan a la vista.
Si uno se toma el tiempo de leer el expediente, se encuentra con cosas que claman al cielo. Uribe fue interceptado ilegalmente durante meses. Se abrió un proceso sin que se le informara. Se utilizaron testigos que ya habían mentido bajo juramento. ¿Eso es justicia?
Le abrieron una investigación sin reparto, en tiempo récord, sin neutralidad. Se construyó una narrativa desde sectores de poder para presentar a Uribe como jefe de una empresa crimina, sin una sola prueba sólida que sostenga semejante infamia.
No hay crimen, pero sí hay castigo.
¿Y qué ha pasado desde entonces? Todo. Menos justicia. Uribe ha sido perseguido, vigilado, calumniado. Se le violaron sus garantías procesales más elementales. Y, aun así, aquí está, dando la cara. Sin esconderse. Sin evadir a los jueces. ¿De qué sirve entonces ser un ciudadano que respeta la ley si el sistema se encarga de destruirte por dentro?
No es necesario ser abogado para indignarse.
No se trata solo de códigos ni de jurisprudencias. Se trata de leer con atención, comparar versiones, observar contradicciones, y notar cómo se ha forzado una narrativa para llenar un vacío de pruebas.
¿Desde cuándo se condena a alguien porque un testigo dice algo sin demostrarlo? ¿Desde cuándo los procesos judiciales se sostienen más en titulares de prensa que en evidencias verificables? ¿Desde cuándo se volvió normal que el odio reemplace la justicia?
Si condenan a Uribe, el mensaje será claro.
Si este 28 de julio la jueza lo condena, lo que se habrá firmado no será una sentencia penal, sino un acta de defunción del debido proceso en Colombia. Se abrirá la puerta a que cualquiera pueda ser acusado sin evidencias, siempre y cuando sus enemigos griten lo suficiente.
Y no. No es exageración. Porque si al expresidente que más combatió al terrorismo lo pueden arrastrar por los tribunales sin una prueba directa, ¿qué le espera al ciudadano común cuando le toque enfrentar al Estado?
El juicio es contra Uribe, pero el precedente es para todos los Colombianos.
Este proceso no es solo contra Álvaro Uribe. Es contra el sentido común. Contra el equilibrio entre la justicia y la política. Contra el principio más elemental del derecho: que nadie puede ser culpable hasta que se demuestre lo contrario.
Y aquí, después de años, de filtraciones, de titulares, de versiones que se derrumban, de testigos que se contradicen, de fiscales que pidieron preclusión, no se ha demostrado absolutamente nada.
Alvaro Uribe demuestra en este juicio una humildad ejemplar, este proceso ha sido humillante para un ser que tanto ha aportado a Colombia, yo que he trabajado a su lado lo defino como un verdadero Patriota.
Conclusión: el derecho no puede ser reemplazado por el odio.
Este juicio debe terminar con una absolución. Porque es lo correcto. Porque no hay pruebas. Porque el país no puede seguir por la senda de judicializar la política y politizar la justicia. Porque, aunque muchos no lo digan en voz alta, lo saben: Uribe es inocente.
Y no hace falta ser abogado para saberlo.