Por: Nicolás Pérez
Hace algunas semanas advertí de la necesidad de modificar la fórmula con que se determina la tasa de usura, la cual tiene una incidencia directa en la tasa de interés que cobran los bancos en las tarjetas de crédito y que tiene contra la pared a más de una familia que se ve obligada a diferir las compras en varias cuotas para mitigar los efectos de la inflación.
Tal y como expliqué esa vez, la tasa de usura es el interés máximo que pueden cobrar las entidades financieras en los créditos, la cual es 1.5 veces el Interés Bancario Corriente -IBC-, es decir, el promedio que cobran estas entidades en los créditos de consumo.
Por ejemplo, actualmente el IBC se encuentra en el 30.84%, lo que significa que la tasa de usura llegó el último mes a 46.6%. El problema con este cálculo es que la tasa de usura es el punto de referencia que utilizan los bancos para determinar la tasa de interés de las tarjetas de crédito, las cuales, usualmente, siempre se acercan al tope permitido.
Esto quiere decir que los consumidores, bajo las condiciones actuales, si realizan una compra a 12 meses terminan pagando casi la mitad de la misma en solo intereses. Algo completamente desproporcionado que limita el consumo, restringe el acceso al crédito de las familias y, en el peor de los casos, abre las puertas para que las personas terminen inmersas en un círculo vicioso que nunca acaba, donde las deudas superan por lejos la capacidad de pago y llega el día donde las facturas no tienen cómo pagarse.
Por eso, he sostenido que es necesario modificar la fórmula de la tasa de usura, de tal manera que esta no sea 1.5 veces el IBC, sino un número menor que acorte esa brecha tan abismal que solamente genera utilidades billonarias a los bancos, los cuales, vale señalar, si ya obtienen grandes ganancias con el interés promedio que cobran en los créditos, con las tarjetas de crédito tienen una mina de oro que perjudica a la clase media, dado que mientras los más adinerados compran a una cuota para ganarse las millas, la mayoría de familias pagan y pagan intereses que no tienen cuándo acabarse.
Y no hay mejor prueba de la necesidad de adelantar esta reforma que la cascada de anuncios realizados esta semana por los bancos, quienes redujeron casi a la mitad las tasas de interés de sus tarjetas de crédito bajo ciertas condiciones. Algunos lo limitaron a las compras en alimentos y otros para los plásticos de bajo cupo o para sectores puntuales como el agricultor.
Habrá que esperar la publicación de las cifras oficiales, pero me atrevo a decir que muy seguramente la cartera vencida de las tarjetas de crédito aumentó y esa fue la principal motivación de las entidades financieras para anunciar la reducción en las tasas de interés. En otras palabras, la tasa de interés que estaban cobrando era tan exageradamente alta que los consumidores dejaron de utilizar las tarjetas o empezaron a no cumplir con el pago de las cuotas.
Algo que, la verdad, era de esperarse. Con unas condiciones económicas tan complicadas lo último que deberían estar haciendo las familias es difiriendo a cuotas compras no esenciales. El problema con esto, es que la caída del consumo repercute directamente en el sostenimiento de los empleos y en un menor crecimiento económico.
Por ello, si se quiere reactivar el mercado, aliviar el bolsillo de los hogares, promover la bancarización y el acceso al crédito, es primordial reducir la fórmula de la tasa de usura, lo cual no implica satanizar a los bancos ni impedir que estos tengan utilidades. Al fin y al cabo, un sector financiero robusto es esencial para el sostenimiento de la economía. Pero sí es necesario entender que las condiciones actuales son desproporcionadas y generan un exceso de utilidades a costas de la capacidad adquisitiva de los colombianos.