Por: Nicolás Pérez
El Ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, es el único polo a tierra de este Gobierno. Su nombre tranquiliza a los mercados, le da confianza a los inversionistas y sus acciones apagan los incendios que generan, casi que a diario, los titulares de otras carteras. Su presencia en el gabinete es fundamental para garantizar la estabilidad económica de la administración y prácticamente es quien lleva el timón del barco. Por eso, la gran pregunta que todos nos hacemos es ¿qué va a pasar cuando el Ministro se vaya?
Como tal, Ocampo fue uno de los primeros nombramientos del Presidente Petro, quien no designó un economista radical que profundizara las legítimas preocupaciones que existían en torno a su plan de gobierno, sino a un funcionario con reconocida experiencia académica y respetable reputación.
Fue Ministro de Hacienda, Agricultura, Director del Departamento Nacional de Planeación, codirector del Banco de la República y actualmente es profesor en la Universidad de Columbia. Es decir, no es alguien que llega a aprender al cargo, sabe lo que hace, conoce el funcionamiento del Estado y no tiene un portafolio bajo el brazo con ideas descabelladas que pueden llevar al País a la crisis.
Ahora bien, cabe aclarar que con esto no estoy diciendo que no tengo diferencias con la política tributaria de Ocampo. Por ejemplo, considero supremamente inconveniente eliminar los incentivos a la inversión que establecimos en 2019 y que permitieron que el País registrara la tasa de crecimiento y de inversión extranjera directa más alta en seis años.
Asimismo, incrementar los impuestos a los dividendos va a golpear como nunca antes el mercado de valores, aumentar la tarifa de la ganancia ocasional puede tirar al piso el sector inmobiliario y subir la tributación de los más ricos no logra nada distinto a propiciar una fuga de capitales donde los recursos que tanto necesitamos en Colombia se terminan yendo a otras naciones con tasas impositivas más laxas.
Sin embargo, es evidente que el Ministro Ocampo es la única garantía de estabilidad que hay en el Gobierno: contradijo al Presidente cuando este puso sobre la mesa la posibilidad de imponer controles a los capitales golondrinas, descartó la posibilidad de establecer un control cambiario para detener la subida del dólar, desautorizó a la Ministra de Minas en torno a la no suscripción de nuevos contratos de exploración y explotación de hidrocarburos y rechazó la posibilidad de pagar la compra de tierras con TES.
En otras palabras, en medio de tantas declaraciones imprudentes que han llevado al dólar al borde de los $5.000 y que no parecieran detenerse, Ocampo es quien pone la casa en orden.
El problema para el País es que su presencia en el gabinete tiene los días contados. En un principio, se afirmó que duraría al frente del Ministerio un año, tras lo cual retornaría a Nueva York. Sin embargo, hoy ni siquiera se sabe si alcance a durar ese tiempo.
El trámite de la tributaria y los constantes choques con los Ministros inexpertos y radicales del gabinete le han generado un entendible desgaste que, sinceramente, no tiene por qué soportar y que podrían precipitar su salida del cargo.
Y es ahí donde las preocupaciones del mercado y los inversionistas se disparan de nuevo. Hasta ahora, la situación se ha logrado contener medianamente por lo que significa Ocampo en términos económicos, pero no se sabe qué pasará con el siguiente Ministro.
De hecho, no tiene nada de raro que Petro aproveche esa vacante para nombrar un funcionario más cercano a él, que pueda controlar y que sí acolite las propuestas radicales del grueso de su administración. Y ahí, no habría nada que hacer.
De lo que pase en el Ministerio de Hacienda depende que Colombia empiece a implementar las medidas que llevaron a Venezuela y Argentina al fracaso total. El panorama no es claro y el único que podría mitigar la situación es el Congreso al exigir el nombramiento de un perfil semejante a Ocampo que detenga la creatividad que tanto sobra en algunas carteras.