Por: Nicolás Pérez
El problema de los cultivos ilícitos en Colombia requiere una respuesta inmediata. Las hectáreas no han parado de crecer y las medidas adoptadas los últimos años han sido ineficaces. Necesitamos una aproximación diferente donde el cacao puede cambiar la historia de nuestro País.
De acuerdo con la medición del Departamento de Estado de Estados Unidos en Colombia pasamos de tener 169.800 hectáreas de coca en 2001 a 78.000 en 2012, lo que significó una reducción del 54% que se logró principalmente con la fumigación aérea.
Sin embargo, desde 2013 la tendencia cambió abruptamente. El inicio del proceso de La Habana y la suspensión de la fumigación aérea en 2015 llevaron a que las plantaciones superaran las 200.000 hectáreas en 2017 y desde entonces no se ha logrado bajar de esa cifra. A pesar de los esfuerzos en la erradicación manual, los cultivos llegaron a 212.000 hectáreas en 2019 y 245.000 en 2020. En otras palabras, hoy tenemos más droga sembrada que hace 20 años y lo logrado en la primera década del siglo se tiró a la basura.
En este contexto, se podría pensar que la solución para reducir las plantaciones de coca está en retomar la fumigación aérea con glifosato, pero, siendo realistas, eso no va a pasar. La Corte Constitucional prohibió la aspersión y los trámites para poderla retomar son tan engorrosos que el Gobierno Duque duró cuatro años tratando de sacarlos adelante sin éxito. Además, la administración Petro ya anunció que no adelantará nada relacionado con el glifosato.
Por eso, tenemos que buscar nuevas medidas para combatir este problema mientras, al mismo tiempo, se brindan alternativas económicas para las 230.000 familias campesinas que actualmente viven de la coca. De nada sirve erradicar si el Estado no fomenta una cadena productiva en torno a otro producto que se pueda sembrar en las zonas afectadas y genere sustento para los habitantes de la región.
Y es ahí donde el cacao puede entrar a jugar un rol determinante. Este producto representó un mercado de US$21.000 millones en Estados Unidos en 2021 y se proyecta que tenga un crecimiento del 4% durante los próximos cuatro años, lo cual representa un potencial de exportación que Colombia debe saber aprovechar.
De hecho, actualmente somos el décimo productor de cacao en el mundo. En 2021 la producción nacional llegó a las 70.205 toneladas de las cuales se exportaron 11.689, la cifra más alta de nuestra historia, que se desarrollaron en 188.370 hectáreas donde participaron 52.000 familias.
Además, el cacao en el mercado de futuros de Estados Unidos ha tenido un crecimiento exponencial estos últimos cinco años, pasando de US$1.836 por tonelada en marzo de 2017 a US$2.523 en octubre de 2022, llegando inclusive a un pico de US$3.000 en octubre de 2020.
En otras palabras, el cacao tiene la potencialidad para convertirse en el producto con que se sustituyan los cultivos de coca. Es un mercado en crecimiento, con una demanda sostenida y un comportamiento de precios favorable para el productor. Y con una ventaja adicional: es un cultivo rápido, a diferencia del aguacate que tarda en promedio 3.5 años en empezar a dar frutos.
Para lograrlo, entre otros aspectos, es necesario que el Gobierno establezca mecanismos de financiamiento especiales para que los campesinos cocaleros se cambien al cacao, tales como líneas de crédito blandas, con tasas de interés subsidiadas o líneas directas de los bancos de segundo piso.
Además, urge que se diversifiquen los cultivos de cacao en todo el territorio nacional, dado que actualmente Santander concentra el 40.6% de la producción, seguido por Arauca con el 11.4% y Antioquia con el 9.6%, mientras que los 25 departamentos productores restantes tienen una participación que apenas ronda el 5%. Hay que involucrar más municipios en la labor e invertir de manera prioritaria en las vías terciarias de esas regiones, de tal forma que el producto se pueda transportar de manera rápida y sin sobrecostos.
Igualmente, se requiere que el Gobierno, en vez de dar subsidios eternos, le pague a los campesinos para que cuiden los nuevos cultivos a cambio de revisiones periódicas de los mismos hasta que sean productivos, lo cual permite que el productor tenga un ingreso estable mientras sale la cosecha y no abandone el barco a mitad de camino.
En últimas, si de esas 245.000 hectáreas de coca lográramos sustituir el 50% por cacao, poniendo una meta plausible, estaríamos incrementando la producción de este producto en 122.500 hectáreas que se traducirían en 115.860 toneladas anuales, mejorando nuestra posición global en el mercado e irrigando de recursos a las regiones más afectadas por la violencia.
Dejemos a un lado la Colombia cocalera para pasar a la Colombia cacaotera.